Después de un largo tiempo en el que una combinación de meteorología adversa y Covid-19 nos ha mantenido inactivos hacemos por fin una salida a Itxina. Somos dos y uno de nosotros ya ha superado el maldito covid, así que no rompemos el principio de prudencia que tanto está perjudicando a nuestras actividades.
El plan es aprovechar el blanco manto de nieve que recubre Gorbeia para sacar unas fotografías que ilustren el momento. La importancia de los factores climáticos en la genética kárstica de Itxina es importante y queremos poder ilustrarlo.
La idea es dormir en la Cueva de Supelegor, así podremos llegar hasta lugares apartados sin que la noche se nos eche encima en el camino de vuelta. Contamos con que al dormir en una cueva grande estaremos menos influenciados por las temperaturas del exterior.
Tras dejar las cosas en la cueva nos abrimos camino hacia el Axkorrigan, queremos llegar hasta un punto que nos ofrezca una buena panorámica sobre Atxarre. El camino resulta complicado y peligroso, los lapiaces y las ramas combadas por la nieve no nos lo ponen fácil.
Tal y como pensábamos la vista es extraordinaria e intimidante. Atxarre nevado es un infierno helado; así que nos contentamos con contemplarlo desde nuestra atalaya. Por desgracia acabaremos descubriendo más tarde que las fotos que hemos tomado no hacen justicia a lo que hemos podido ver en directo.
De retirada a Supelegor comprobamos que la cueva está muy ventilada y fría; aun así buscamos un lugar en ella donde pernoctar -otras posibles alternativas quedan muy a desmano-. Nos tenían que haber alertado la presencia de carámbanos en los alrededores y el duro suelo, que está así porque está helado. Nos espera una larga y fría noche en la que apenas pegamos ojo.
La nieve en polvo nos ha engañado, adherida a la vestimenta ha acabado por mojar la ropa térmica; podríamos haberle puesto remedio poniéndonos encima prendas más adecuadas, pero ¡parecía estar todo tan seco! Contábamos con secar la ropa dentro del saco de dormir, pero hace demasiado frío para eso; así que vemos pasar unas horas de pesadilla esperando a que llegue el día y poder salir huyendo.
Finalmente las condiciones mejoran tanto como para poder tomárnoslo con cierta calma y retirarnos sin prisas, disfrutando del panorama y sacando algunas fotos, aunque no tanto como para que no salgamos magullados de la experiencia.
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